Creada por sflores el 29-01-2018

Rocas de Atacama: Una historia diferente de sol y playa

Por el Dr. Juan Díaz, Dr. en Geología y Director de Investigación UDA

 

Llega la temporada estival y las playas de la región de Atacama se convierten en un bullicioso desfile de carpas, heladeras, sombrillas, chapuzones y familias enteras peleando por instalarse en el descanso y el relajo.
 Merecidamente, las playas de nuestra región tienen la fama de ser las más bellas del país y como premio reciben día tras día la atención del implacable sol atacameño. Pero nuestra costa, además, encierra un valor muy significativo, no conocido por muchos, que merece ser divulgado. Es responsabilidad de los geólogos de la región -generalmente ensimismados en la ciencia más insondable-, el mostrar al bañista más curioso el valor escondido tras las rocas de la región y las historias de continentes errantes, mares que van y vienen, y que resumen millones de años que pasan en instantes por delante de nuestros ojos.
Buena parte de las playas y acantilados que se extienden desde Chañaral a Huasco están esculpidas por el océano Pacífico sobre las rocas ígneas y metamórficas de la Cordillera de la Costa. Entre otros parajes, destacan las rocas filosas del Caleuche y Obispito, las curiosas formas graníticas del Zoológico de Piedras, el impresionante Granito Orbicular o la belleza del Parque Nacional Llanos de Challe. Estas han sido el objeto de estudio en un proyecto financiado por FONDECYT (CONICYT) y desarrollado por académicos y estudiantes de la Universidad de Atacama. Sus resultados han sido publicados de manera exitosa a nivel científico en revistas internacionales, y hoy día se enseñan a los estudiantes de Geología en las aulas de la Universidad de Atacama.
Las rocas cuentan su historia
¿Y qué nos cuentan estas rocas graníticas y aquellas otras oscuras y filosas?. La respuesta sería que relatan una historia antigua pero cíclica, ya que los procesos geológicos son recurrentes, y más aún en Chile, donde el límite de placas tectónicas -sumergido a unos pocos kilómetros de la costa- ha sido un rasgo característico de la geografía chilena desde más de 300 millones de años.
 Sí, esa inmensidad de tiempo está detrás de las rocas con las que todos los veranos compartimos nuestro descanso. Esa inmensidad que es un suspiro en la historia del planeta, ya que si equiparamos ésta con un día de nuestras vidas (24 horas), estos 300 millones de años corresponderían aproximadamente a la última hora y 45 minutos.
 En la playa del Caleuche, al sur de Chañaral, en la bahía Obispito y en algunas zonas de Llanos del Challe podemos encontrar unas rocas filosas (pizarras) de color oscuro que pertenecen a una formación geológica llamada Formación Las Tórtolas, que se extiende por toda la parte occidental de la región. Se trata de rocas que se formaron originalmente hace unos 350 millones de años bajo el antiguo océano Pacífico, en un contexto geológico llamado “prisma de acreción”. Estos sedimentos (material arenoso y arcilloso) quedaron atrapados entre dos placas tectónicas: una continental y gruesa, y otra oceánica que se introdujo por subducción bajo la anterior hacia zonas profundas del manto terrestre. Ese proceso cambió sus condiciones originales de presión y temperatura (metamorfismo), generando los cambios mineralógicos y texturales que llevaron a aquellos sedimentos a ser estas rocas que podemos encontrar hoy día.
De granitos y magmas
Otro de los rasgos más característicos de nuestras costas son las vastas extensiones de granitos que atraviesan las rutas que nos llevan, por ejemplo, a Playa La Virgen o a Totoralillo.  Estas duras rocas se formaron en el interior de la corteza, a unos 8-12 kilómetros de profundidad, a partir de los mismos magmas que podemos ver salir a superficie desde los volcanes, pero que en el caso de los granitos quedan emplazados en niveles profundos. En concreto, los granitos de nuestras costas se formaron hace unos 180 millones de años y precisamente encontraron a las rocas metamórficas (originalmente sedimentos) de Las Tórtolas enterradas en las profundidades de la corteza, donde quedaron unidos para siempre.
 En ese tiempo, la Cordillera de la Costa era una cadena de volcanes (“arco volcánico”) flanqueada por el océano Pacífico al oeste y mares interiores al este, cuyos vestigios (rocas volcánicas y carbonáticas o calizas) pueden observarse hoy día en la pre-cordillera. Si no tenemos en cuenta los depósitos más recientes, la costa de Atacama muestra lo que en el periodo Jurásico sucedía en las profundidades del planeta. Allí, los magmas se enfriaban muy lentamente durante cientos de miles de años hasta formar las rocas graníticas. Más al norte, en la Región II, las rocas volcánicas del mismo arco magmático Jurásico sí pueden observarse. Aún teniendo el mismo origen magmático, las rocas volcánicas se enfrían muy rápidamente cuando alcanzan en un instante las condiciones de la superficie del planeta.
Que rocas que se formaron en superficie lleguen a estar enterradas bajo kilómetros de corteza y otras que se formaron en el interior del planeta queden hoy día expuestas en superficie es algo común en la historia del planeta debido, fundamentalmente, a la Tectónica de Placas - ese puzle de fragmentos rocosos llamado Litósfera-, cuyo espesor supone solamente el uno al dos por ciento del radio del planeta pero que ha provocado la reunión y la separación de los continentes, o la apertura y cierre de nuevos y antiguos océanos.                                                                                                                        
 La dinámica de placas tectónicas es la causa primera de la sismicidad y el volcanismo con los que convivimos en Chile, pero también el motor de su riqueza y de su belleza.
Más allá del atardecer sobre el Pacífico, de la belleza de las playas de arena de Pan de Azúcar, o del sabor del loco o el pulpo, hay una historia en las rocas de la costa de Atacama que merece ser contada. Por ello, mientras se pelean por un metro cuadrado de arena para colocar la sombrilla, o mientras enfrían unas cervezas para el cuñado, imaginen la inmensidad del tiempo geológico y hallarán esa paz tan difícil de encontrar en el trasiego estival.
 
Fuente: diario Chañarcillo (enlace)